HUK
Noche de luna. …¡Lucía, Lucía, despierta hijita!... Las estrellas bailan un huayno celestial. ¿Qué pasa, mamita?... El viento lame casi doloroso las pajabravas incendiadas de plata y frío. …¡Anda a traer agua, hijita!... El sendero duerme un cansancio de siglos. …¿has visto mi gancho, mamita?... Entre punas y quebradas, una choza sobrevive aún al olvido, el humo sale del techo de paja y se nota aún el brillo de los carbones en el fogón. …¡tú no tienes ganchos, hijita!... El manantial queda a unos minutos de la choza. Lucía estaba soñando con ganchos, pero ahora toma el balde, y en silencio, camina deseando los ganchos y peines que en sus sueños un apuesto hombre le ha regalado, ¡algún día me casaré con un hombre como él!, piensa.
El inmenso plato de la luna se refleja en el puquial, Lucía la contempla por largo rato, es un disco plateado en que puede ver su rostro adolescente, su mejilla tersa y sus ojos inquietos, llenos de vida y hermosura. Mete el balde y ambas figuras se difuminan con el agua que despierta al sentir el frío balde entre su vientre; así también es la vida, unas veces nítida, otras veces sombría, se dice adormilada y a punto de sucumbir en un profundo sueño que le haga aparecer nuevamente a su apuesto galán regalándole exquisitos ganchos y finos peines tallados en cuerno de toro. Está a punto de incorporarse, ahora sucede algo muy extraño...
Un muchacho rubio y de ojos azules se le aparece mientras aún está de cuclillas. Ella se asusta, es de estatura pequeña, quiere correr y no puede, intenta gritar y solo le salen quejidos ahogados, sordos sonidos que se pegan a su lengua. Su corazón comienza a retumbar como tambor de carnaval, su frente comienza a sudar gotas frías de miedo, ya no puede respirar, siente morir, suelta el balde dentro del puquial y es como si soltara parte de su realidad, el extremo insustituible de su realidad.
Ella se ha desvanecido ante la misteriosa aparición, quien ahora comienza a arrastrarla de los cabellos mientras ella grita sin gritar, se defiende sin defenderse. Es arrastrada mientras pide ayuda sin hacerlo, arrastrada mientras cree morir en esa migaja de vida o de sueño.
Es el Ichiq Ullku, ese diminuto ser que vive en los oconales y manantiales. Ese diablillo que se refugia en busca de muchachas vírgenes para procrear en ellas el fruto de sus maldades. Ahora Lucía no puede defenderse, se deja arrastrar completamente impávida por la breve pampa que termina en un barranco. Las estrellas siguen bailando, un búho emerge con su canto, ¡tu cuuu, tu cuuu, tu cuuu!; mas todo es parecido al silencio. Es evidente que el Ichiq se la lleva para que ella sea su mujer, la arrastra sin siquiera esforzarse y sus pasos suenan, ¡shill, shill, shill!, por toda la noche que ahora comienza a orquestar, ¡se la lleva, se la lleva, la virgen al infierno para que sea su mujer!, un grillo canta… ¡San Santiago, San Santiago, que salgan los padres con palos y los perros comiencen a ladrar!, las ramas de los eucales comienzan a susurrar… ¡ya está, ya se fregó, Dios la crea virgen y el diablo se la goza!, un sapo croa socarronamente…
Ahora llega al borde del barranco, hay unas matas espesas de espino… ¡si Dios por aquí te guía, es porque así lo quiere!, murmura el espino y las polleras de Lucía se atascan entre sus filudas agujas, ¡el dolor es la vida, el dolor te salvará la vida, el dolor, qué sería de la vida sin el dolor; si hasta el mismo Cristo probó de mis agujas!, y las espinas se prenden de ella y comienzan a atravesarla. El Ichiq jala y jala, solo logra que ella sea punzada aún más por las espinas. Ella siente que los cardos le atraviesan la carne de las piernas, se le incrustan en el vientre, se clavan en sus pechos, ya no aguanta tanto dolor, no puede soportarlo, ¡Virgencita de las Mercedes, sálvame!, parece gemir, ahora el dolor es un cuchillo que corta poco a poco la acerada cadena del hechizo, poco a poco, ¡Sálvame, Virgencita de la Puerta!, ¡sálvame, Madrecita querida!, hasta que por fin, el dolor termina cortando las cadenas con las cuales el Ichik la había atado maléficamente.
Ahora ella por fin puede agarrarse de los matorrales, por fin puede gritar haciendo que los perros se despierten en ladridos vehementes y las gallinas en sus jaulas comiencen a cacarear como si oyeran el anuncio del Juicio Final. El Ichik, se enoja, de sus ojos rojos parece emerger el fuego de todos los infiernos juntos, ¡carajo!, parece refunfuñar agitando su puño contra el cielo.
Sabe que ya no será posible llevársela, ahora oye voces a lo lejos, gritos que salen de la choza y que se expanden rápidamente por toda la pampa como el humo que se derrama buscando su fuego. El Ichik intenta una vez más, ¡carajo, apúrate!, Lucía se aferra a la vida y grita desesperadamente. Impotente, el Ichik la abandona sin antes dejarle una pequeña semillita en su parte íntima. ¡Ja ja ja jay lla!, se oye carcajear antes de desaparecer entre la oscuridad del barranco dejando una pestilencia luciferina que envuelve a la muchacha en una nube espesa en el que el hediondo tufo a venganza sigue danzando sobre su vientre ultrajado.
ISHKAY
¡Es el hijo del Ichiq!...
Ya han pasado los días de torcaza y con ellos las semanas cernícalo y han transcurrido también los meses de cóndor por el azul cielo de la puna; Lucía poco a poco ha engordado.
¡Es el hijo del Ichiq!, se dicen sus padres, desconsolados al saber que a su hermosa Lucía ya nadie la deseará para esposa. ¡Ni cura, ni médico pueden curarla!, ¿quién sabrá qué le pasa?, se vuelve a lamentar el padre mientras a fija su viejo machete.
Y ya sin saber a dónde acudir, la llevan ante el brujo Malanoche. ¡Dicen que tiene el hijo del Ichik en su barriga!, le explica el afligido padre. Y él, con oraciones y pasadas de cruz y hojas misteriosas, logra sacarle a la niña una culebrilla de colores muy intensos que parece un arco iris vivo. Al verlo, la madre llora, el padre escupe coca y el brujo termina de ahogarlo con sus rudos dedos mientras Lucía logra ver los últimos latigazos de cola de la culebrilla que ha salido de su parte íntima. ¡Entiérralo en el lugar más seco de la comarca, para nunca más germine su maldad; échale agua bendita a los cuatro rincones de tu casa para nunca más entre!, ¡tu hija aún no está salvada, cuídala mucho, que vaya a misa todos los domingos, que se confiese, carajo, ahora la gente ya no quiere creer en Dios!, ordena el brujo Malanoche mientras recibe las cuatro ovejas como pago a su trabajo.
- ¡Así lo haremos, taytita, así lo haremos!, se despiden.
Y así lo hicieron.
KIMSA
Desde entonces, Lucía ha cambiado muchísimo, se ha marchitado como azucena vieja y su belleza ha desaparecido como las flores en julio, está callada y como suspendida en sus sueños, …¡tu hija aún no está salvada, cuídala mucho!... las palabras de Malanoche, aún resuenan en los oídos de su angustiado padre. Sin sospechar lo que ahora le está pasando a su amada hija.
Ella lo espera ansiosamente, ¡vendrá, vendrá!, se dice mordiéndose los labios. Es un hombre flaquito y larguirucho, de cara corta, unos ojillos delgados y labios que parecen de culebra; pero Lucía no se ha fijado en ello, sino en los ganchos y peines que le ha regalado en todo ese tiempo. Sí, se trata del negociante que conoció hace un par de días.
Ahora ese hombrecillo llega, Lucía se alegra tanto que al instante se desnuda para él.
Están en la choza donde, desde hace unos días, ella duerme para vigilar a los animales, mientras sus padres duermen preocupados por ella, ignorando por completo que ahora mismo se están enredando como enloquecidos.
Ella gime y él se ha convertido en un ser extraño, pero al día siguiente, el amante desaparece, Lucía lo busca entre sus cobijos y nada, se ha ido. El hombre es bajito y su voz es más bien silbante, susurrante, pero a ella eso no le importa. Está hechizada que es lo mismo que estar enamorada.
Pasan los días, y los encuentros con el misterioso amante continúan sin levantar la más mínima sospecha. Él siempre desaparece al alba, pero en su lugar, a Lucía le deja un terrible dolor en los senos, de los cuales ya ha aparecido leche. Se sorprende del suceso, pero calla ante su madre que llora al ver a su hija cada día más flaca y horrible, ¡qué te pasa hijita, te estás envejeciendo como papa guardada, te estás marchitando como flores de arveja bajo la nevada!, la maternal voz angustiada lame el rostro de la muchacha que se aleja callando sus pecados.
Ella se mira en las aguas del manantial y no puede ver su propio rostro, ve a la Lucía hermosa y radiante de juventud y salud. Mi madre miente, se dice desconsolada al sentir que su madre le reclama injustamente; mientras siente, a su vez, el cosquilleo de su cuerpo extrañando a su amante, y al sentirlo, se muerde el labio inferior tratando de acallar una siniestra sonrisa, mira a todos los lados y suspira enamorada.
TAWA
Esta mañana, su tayta ha bajado al pueblo, a consultar con el brujo Malanoche. Han chaqchado juntos y a través de la coca y el humo del cigarro, se han enteradon de que la muchacha es la amante de una culebra y que ese animalejo le chupa la vida a través de su leche materna. …!Así es tayta, tu hija es la amante del mismo supay que la ha señalado con su hijo el Ichik, tienes que salvarla, tienes que hacerlo, de lo contrario, tu hija se irá al infierno para parir más demonios…!, y el padre de Lucía, ha llorado como becerrito desmamantado al saber la negra suerte de su hijita.
- ¡Ella no ve a una culebra, ve a un hombre!, -le explica- ¡lo tienes que matar, de lo contrario se llevará a tu hija!, le dice mientras le da una botella de agua bendita, ¡rocía con esto, un machete para que puedas cortarlo!, ¡pregunta siempre a la coca, cuándo puedes hacerlo, la mamita coca siempre estará contigo en las buenas y en las malas; rézale también a nuestro Diosito, a la Virgencita, ellos también te protegerán!...
Ahora el tayta vigila constantemente a Lucía, en la puna, en su chocita de vigilancia, pero nada, ella no se encuentra con nadie; mejor dicho, no ve a nadie entrar a la chocita. Pero pronto se da cuenta de su error. ¡Si es una culebra debe de escurrirse por el suelo!, y esta noche, su coca está más dulce que nunca, ¡mi coca dice sí, dice sí!, suspira aliviado, se acerca poco a poco, empuña el machete bien afilado, se asoma a la chocita, y allí los encuentra.
Lucía está totalmente desnuda y sobre ella, una culebra negra y gorda se retuerce mordiéndole los senos con voraz apetito mientras mete su cola a la parte íntima de la niña que se arquea sufriendo un dolor anestesiado por el hechizo diabólico.
No soportando más semejante escena, el padre hace saltar a la glotona culebra de una sola patada y una vez a orillas del lecho, levanta su afilado machete y de un solo tajo le acaba de cortar la cabeza. Lucía, al ver a su amante en ese estado, recién sale del trance y se da cuenta de todo.
El padre respira agitadamente y tiene la frente perlada de frío sudor, levanta otra vez su machete y comienza a cercenarlo con más furia todavía, pedazo a pedazo, y corta cada pedazo en otro más pequeño, hasta que la sangre que sale de la carne de la criatura se mezcla con la leche que ha bebido; pero ahora mismo ocurre algo impensado…
Los ojillos infernales de la culebra, antes de saltar con otro certero machetazo, maldicen al eufórico padre. Y el padre, con esa venda maligna en sus ojos y en su alma, ya no puede ver a su hija, ya no logra verla; sino, a una blanca culebra revoloteando entre las cobijas manchadas de sangre y leche materna.
Mira desesperado, sin razón. ¡Lucía!, ¡Lucía!, ¿dónde estás, hijita, dónde estás?... ¡Taytita, soy yo, Lucía, soy Lucía!, se oye gritar a la muchacha momentos antes de retumbar entre las quebradas, un sonido sordo, seco y fatal que la inmensa puna ha de guardar en su memoria de piedra milenaria y silente, por los siglos de los siglos…
AMÉN
DESDE EL CORAZÓN DE LOS ANDES
Hace 11 años
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