martes, 15 de julio de 2008
JUEGO MORTAL
…Estamos muertos, quienquiera que nos vea en esta laya, sin dudar, dirá que no. Pero sí, estamos muertos. Nuestras cabezas están abiertas como calabazas apedreadas. Ya son varios días que estamos durmiendo sobre el colchón de nuestra propia sangre. No puedo verla, pero siento que de sus fosas nasales salen los blanquitos gusanos de la muerte como de las mías. Ya no la siento, pero seguro que debemos estar oliendo a puritita muerte, a carne putrefacta, a niños muertos en esta estrecha gruta que se ha convertido en nuestras tumbas.
Estamos muertos. Lo malo es que nadie nos escucha, nadie; como en vida, así también en la muerte.
Ella está con la cabeza pegada a mi pecho, hemos quedado como dos huerfanitos, abrazados hasta el último instante de nuestras vidas. ¿Por qué nos asesinaron?, no lo sabemos. Aún rondamos la tierra tratando de esquilmarle a nuestros pútridos cuerpos alguna respuesta, pero todo intento es vano.
Las moscas llenan nuestra gran herida y el sol quema nuestras sangres hasta volverlo un pedazo de frustración pegado al piso caliente como un siniestro dibujo de ilusiones truncas.
Quien nos mató, se fue tranquilamente fumando un cigarrillo, desde entonces, no lo hemos vuelto a ver…
…¡Al río, al río!, sonó la voz de trueno que rodó por todo el pueblo, grito de viento feroz que eleva sombreros descuidados; al oírlos, dos niños se escondieron en una amable grieta del viejo muro de la iglesia, ¡no vayas a gritar, por nuestra Virgencita; no vayas a llorar, por nuestro patroncito Isidro. Escóndete, Edelmira, escóndete!
El mediodía calcinaba con ráfagas de infierno. Los árboles arañaban al viento dormido en fiebre, todo era celestialmente infernal; terrenalmente sangriento…
¡Al río he dicho, a todos, a todos!, el que estaba al mando alargó su cuello de perro galgo y empujó a los rezagados que tropezaban con las orillas de sus ponchos bayos y rotosos. Ahora un aroma de muerte y pólvora se presentía en el aire estancado como un fétido vientecillo de infortunio.
Uno de ellos buscó y rebuscó todas las arrugas de la tierra. Los conocía a todos. Faltaban dos niños. Se dirigió hacia las ruinas de la iglesia donde sabía que solían jugar, y allí los encontró, y antes de que ellos pudieran darse cuenta de su funesta suerte, una picadura de serpiente que chasqueó la cola, los hizo dormir. El hombre se dio media vuelta y se fue mientras trataba de encender un cigarrillo de satisfacción. Tras él, un tímido charco de sangre, tibia y humeante, brotó de entre las sombras.
Al poco rato, todo el grupo se perdió por las sementeras que daban al río. Hubo silencio, los niños atrapados en la sombra salieron semejando pedazos de almas perdidas. Esperaron a que se vayan y corrieron a buscar a los suyos. ¡Por allá, por allá!, corrieron sin sombras ni cuerpos, ahora eran solo anhelos vivos, inocencias latentes, solo niños muertos con cuerpos desangrándose en una rajadura de muro, pero ellos no se habían dado cuenta todavía.
DOS
Nos asustamos la primera vez que los vimos llegar; pero después, hasta cariño les tuvimos porque cada vez que llegaban, el Varayoc mandaba matar ovejas y cuyes para el almuerzo, además nos hacían cantar, dar vivas, desfilar por la callecita empedrada del pueblo, y hasta besábamos una banderita roja que siempre dejaban izada en medio de la plaza. Nos enseñaban historia, más que el profesor de la escuela a quien regañaban y castigaban para que nos enseñe lo que ellos querían que supiéramos.
¡Viva, viva!, comenzábamos a gritar con entusiasmo. El que se llamaba camarada Vicente, era nuestro amigo, flaquito él, tenía una mirada rabiosa que se componía cuando le hacíamos reír con nuestras inocencias, siempre gritaba enfurecido, pero era muy cariñoso con nosotros, nos regalaba caramelos a los que gritábamos más, y hasta nos hacía tocar el arma que siempre tenía terciada a su pecho, ¡algún día serán como nosotros!, suspiraba viéndonos gustar de los caramelos que ganábamos. Todo era júbilo, fiesta para nosotros. No íbamos a la escuela y hasta nuestros taytas nos dejaban libres con ellos quienes no paraban de enseñarnos historia y dar vivas ante su banderita roja mientras nos miraban con siniestro cariño.
Pero el pueblo se jodió desde que llegaron los otros, éstos no vestían de negro, ni tenían pasamontañas en la cabeza, no nos hacían desfilar, ni cantar, ni dar vivas; pero eso sí, el Varayoc, también mandaba matar ovejas y cuyes para agasajarlos. Bien vestidos de verde parecían sapos viejos, enormes hojas de arrayán que olían de mala manera, tenían también sus armas y eran más agresivos, más carajeadores. ¡Al ejército, carajo!, ni bien llegaron, rompieron puertas y sacaron a los maltoncitos de sus casuchas. Esa tarde, arrearon a todos los jóvenes del pueblo. ¡Leva, leva!, le había oído gritar a don Ignacio Milla, minutos antes de que rompieran la primera puerta; pero seguro ya era tarde, porque ninguno escapó. A los jóvenes los amarraron como a novillos para el camal y a las jovencitas las encerraron en el local comunal, y desde allí, sólo las oímos gritar como a los chivatos de doña Fulgencia Morote. ¿Por qué las estarán castigando?, ¿no habrán hecho la tarea?, ¿no sabrán jugar a los camaradas?... ¡cállate, Andresito, no te vayan a escuchar los milicos!, mi mamita me tapó la boca con el rebozo de su manta al mismo tiempo que salía arrojada por la puerta, la desdichada Miguelina, con las ropas todas deshilachadas y ensangrentadas. Lanzada como un vómito de ultrajes que no paraba de llorar y empuñar la tierra negra del piso para cubrirse la cara.
Poco después, cuando estaban ya a punto de desaparecer por las curvas del camino, mamitas y taytitas, con qué sentimiento lloraron por los maltoncitos, no los había visto jamás de esa laya, todos moqueando, berreando como toretes separados de sus madres, como si en vez de soltar sollozos, les saliera truenos de la garganta, retumbe de mangada o bramido de río en tiempos de lluvia. Ese tipo de llanto jamás lo he vuelto a escuchar, y hasta se parecía al llanto del Dios que nos sostiene. Las mujeres, en cambio, lloraban cantando los plañidos yaravíes, sí, entre lágrimas, las mamitas cantaban el yaraví de la despedida y el pronto regreso. Desde esa vez del llanto, no he vuelto a ver a otro pueblo que llore de igual manera.
TRES
Estábamos jugando con Edelmira y con todos los muchachos que quedábamos en el pueblo, siempre me tocaba jugar al papá y a la mamá con ella. Jugábamos que teníamos harto ganado y que los vendíamos para comprarnos sombreros nuevos para la fiesta del pueblo; cuando ella dizque me estaba sirviendo la sopita que no era más que agua y un poco de hoja de matico picado, los volvimos a ver, aparecieron como cada mes.
Marchamos, cantamos y nos gustó mucho el nuevo juego que trajeron, ellos lo llamaban “juicio popular”, y así se llevaron por la chacrita que está junto al río, a don Ponciano Ponte que había perdido en el juego.
El hombre alto que siempre nos hacía desfilar y que parecía perro galgo, dijo no sé qué palabras antes de llevárselo. Nosotros no pudimos ir, algunos mayores no nos dejaron ni siquiera ver, al poco rato reventaron avellanas como si estuviéramos en vísperas de la fiesta patronal, luego vimos un denso 10humo subir desde la chacrita.
Así, de tiempo en tiempo, fueron desfilando don Alipio Gamarra, don Efraín Sotelo, don Graciano Willca, don Casimiro Ochoa, lo malo del juego es que ellos ya no regresaban y dejaban a las mamitas y a los hijos llorando desconsolados.
Edelmira también lloraba por su taytita, don Alipio Gamarra fue el segundo en ir por la chacrita a orillas del río, luego su mamá le diría que se había ido de viaje, que ya iba a regresar; pero pasaban los días y las semanas y el taytita de Edelmira no volvió nunca más.
En esos días nosotros también jugábamos al “juicio popular”, escogíamos a Pulli, a Filli, a Rodolfo, a Hectu, les decíamos que iban de viaje y lo llevábamos hasta la orilla del río. Yo imitaba al camarada Vicente, obsequiaba capulíes como caramelos y tenía un palo grueso como mi arma. Les mandaba cruzar el río indicándoles que por allí se iba a Lima. Edelmira les daba comida y piedritas que eran monedas y ellos se iban contentos, ¡a Lima, a Lima!, diciendo, mientras las frías aguas lamían sus pies.
…¿Recuerdas?, desde que nos pusieron en la escuelita, ya no pudimos separarnos. Marido y mujer, seremos, marido y mujer con muchos hijitos, muchas sementeras y ganados. Eso soñábamos antes de que los Tucos llegaran a engañarnos. Nos dijeron que eran buenos, que solo querían justicia e igualdad para todos. Mejor hubiera sido quedarnos sin su ayuda, al menos ahora estaríamos vivos, y hasta tal vez, pensando en casarnos en la fiesta patronal.
¿Recuerdas?, hasta tu taytita me tenía mucho cariño, ¡Andresito, caray, ya crece para que te cases con la Edelmira!, me gritaba sonriendo. Y tú, mariposita, al escuchar a tu taytita, ponías la carita roja de la emoción. ¡Ah, Edelmira, qué feliz éramos antes de que vinieran a jodernos la vida!
Luego llegaron ellos, dizque la fuerza del orden, cuál orden ni ocho cuartos, más espantados que andaban nuestros taytas, más todavía los asustaban y maltrataban. Desde que ellos llegaron, ya nadie quería tener mujer del pueblo, casi todas ultrajadas, lloraban apretando al hijo de algún milico en sus entrañas. Cuál fuerza del orden, cuando se fueron, le dejaron a todos la vida más jodida y desordenada que antes.
Ya nada fue igual desde que llegaron los milicos. Segurito por allí nomás se encontraron con los tucos, y ¡pin, pan, pin, pan!, se habrían dado de alma hasta matarse unos a otros. Pero nosotros, al final, pagamos la muerte de todos. Se vinieron enfurecidos contra el pueblo y nos ajusticiaron…
CUATRO
Esa mañana estábamos jugando a las escondidas, el sol quemaba y el cielo estaba intensamente azul, sudabas de cólera porque no podías encontrarme, yo me aguantaba la risa en mi escondite y de tanto buscarme, por fin me habías escuchado.
Fue entonces que llegaron por el camino de siempre, esa vez, no sé por qué, me dio mucho miedo al volver a verlos y no quise salir de mi escondite y más bien, te jalé hacia la sombra sin hacerte gritar, felizmente.
Desde allí vimos cómo comenzaron a jugar sin nosotros. Pero ya no estaba el camarada Vicente, era otro que también se parecía a un perro galgo, decía algo que no podíamos entender, algo como que el camarada Vicente había sido asesinado por los militares, que era nuestra culpa, que nos declaraba traidores, que nos sometía a “juicio popular”, que nos había sentenciado a muerte, y otras palabras más que no pudimos escuchar bien.
Los juntaron a todos, arrearon a chico y a grande por la misma chacrita junto al río, y una vez allí, hicieron sonar sus avellanas. Mandaron a todo el pueblo, ¡seguro a Lima!, pensé, ¡seguro para que trabajen y compren abono, para que puedan comprarse ropa nueva para la fiesta!, murmuraste tú, mientras tu carita de azucena silvestre se ponía mustia y llorosa.
…Ahora caminamos sin caminar, vemos sin ver, lloramos sin llorar y hablamos sin hablar; esto es como vivir sin estar vivo.
Y quién dice que la muerte es el descanso, cuál descanso ni nada, aquí también las cosas siguen igual de jodidas para nosotros. Nadie ha venido a recogernos, nadie nos ha dicho si esto es el cielo, el infierno, o es aún la vida.
Caminamos y caminamos todo el tiempo, sin rumbo, sin sol, ni día ni noche. ¡Ay, Edelmira, solo tus ojitos de taruka tierna eran mi consuelo, esos ojitos que ahora yacen sobre mi pecho, nublados por la muerte…
Cuando se fueron, salimos desesperados a buscar a nuestros taytas, ¡no vaya a ser que se hayan ido dejándonos!, gritamos. No los pudimos encontrar en todas las chacras donde los buscamos. Ya desesperados, llegamos a una pampita escondida por matorrales junto al río.
Allí los vimos a todos, amontonados como reses desolladas, reconocimos la cara de don Policarpio Pineda y nos asustamos, advertimos el pecho abierto y ensangrentado de don Gilberto Sifuentes y nos inundó el miedo, la cabeza destrozada de don José, a doña Julia, a doña Ponciana, y a Miguelina también y a nuestros amigos de juego, como dormidos, debajo de don Gumercindo que tenía una picadura de armamento en la espalda.
Ya no pudimos aguantar más, caímos de rodillas ante ellos y lloramos como nunca lo habíamos hecho, lloramos como ellos habían llorado cuando los de verde sapo se habían llevado a todos los jóvenes y ultrajado a las muchachas que ahora yacían con la boca abierta igual que sus pechos enrojecidos. Y lloramos más todavía, al encontrar la cara de nuestros taytas, bien aplastados debajo de don Ignacio Milla, todos durmiendo sin razón, con la sangre aún tibia y humeante empapando sus cuerpos.
Todos habían perdido en ese maldito juego que nos habían traído, a nosotros que sólo sabíamos jugar al papá y a la mamá.
Y cuando estábamos padeciendo de este infortunio, el cielo comenzó a llorar afiebradamente, pero tú y yo, ¿lo recuerdas?, ya no volvimos a sentir las consoladoras caricias de la lluvia de mayo anunciando una nueva vida que ya no sería para nosotros.
FIN
DANZA DE VIDA
…Fuego entre la nieve...
El crepúsculo se incendia con un resplandeciente fuego amarillo que acaricia la mejilla de Tayta Mayo en plena procesión, mientras contempla el contrapunteo de su plateada cuadrilla de shaqshas contra la dorada shaqsha de Paramonga que es su más fuerte rival. La gente se va agolpando poco a poco, saben que no es un simple contrapunto, es una danza de vida, una danza por la renovación, por la salvación.
Ágiles guerreros de broncíneos músculos, piruetean frente a frente. Sus ojos se hieren mutuamente incendiando el alma del rival. Pinkullo y tinya resuenan en batalla. La coca perfuma el ambiente. Brincan, sudan, forcejean. La gente los mira con asombro. Los danzantes semejan dos dioses infatigables. La plazuela soledana es un campo de batalla donde presente, pasado y futuro se fusionan en un solo tiempo y espacio. En una sola danza de vida
…El sol rasguña las nubes de la quebrada, las hace gemir intensamente amarillas. Fuego que lame las entrañas del cielo, fuego que incendia las almas…
Tu traje plateado es sacra armadura. Tu destino es ganar. Derrotar a la sombra hasta hacerla parir las luces de la vida. Tayta Mayo es bondadoso, pero a cambio, quiere que le hagamos quedar bien en su fiesta. Por eso, debes ganar.
…Silencio entre las cumbres, un anaranjado encendido lame los ichus de la puna, el silente cóndor enmudece su vuelo ante el huayno milenario que silba el ichu…
Ahora agitas tu chicote, el aire se inunda con sus truenos. El viento baila al son de tus movimientos. Los cerros vibran al ritmo de tu corazón. Los árboles mueven su copa al compás de la tinya. El aroma de huayno se mete al alma de todos.
Cuando los Tayta Mayo bailan, toda la tierra se mueve a su ritmo. El sudor cae al piso y merma el polvo de milenios de batalla. Truena tu chicote, el cielo parece resquebrajarse de dicha y tu plateado traje llamea con el anaranjado rayo del sol que agoniza esperando tu ímpetu salvador.
…Melancolía incierta entre las copas de los eucales. Un rojo resplandor se enciende en los nevados. Las nubes están sangrando. Los apus meditan una batalla eterna. No hay Dios ajeno ni propio, ahora todos somos iguales, parecen gritar los vientos…
El rival de dorado traje ahora piruetea con habilidad de puma, es un hábil pájaro en el aire, un astuto zorro que brincotea con agilidad. La gente lo mira admirada. Aplauden, bullen ignorando su aciago destino. La gente está hechizada por el dorado baile celestial. Parece que va a ganar. Si te gana. Tayta Mayo se molestará con nosotros.
…Fuego entre las quebradas, la llamarada purpúrea se mezcla con un carbón violeta que huele a chicha. La sombra ya invade con su violencia de anochecer. Ha caído el día…
Es tu última oportunidad. Tu corazón es un tambor de guerra que comienza a estallar, el huayno fluye en tu sangre. Eres Cóndor en tus vuelos; Puma en tus saltos mortales, taruka que brincotea con el latir de la tinya. Destilas un agradable perfuma a coca, aroma de milenios y sabores de papa y maíz. Brillas con todos los colores de la vida.
Mantienes en vilo a los vivos y muertos que han venido a verte. Ahora eres tú nuevamente, el triunfante Caporal que se rinde ante su Santo Patrón, en señal de reverencia y gloria. Has ganado.
Ahora la gente corre eufórica por todas las calles de Huarás. El día que hemos soñado ha llegado. Se encienden las luces de una nueva vida y la danza de vida continúa por siempre.
LUCÍA
Noche de luna. …¡Lucía, Lucía, despierta hijita!... Las estrellas bailan un huayno celestial. ¿Qué pasa, mamita?... El viento lame casi doloroso las pajabravas incendiadas de plata y frío. …¡Anda a traer agua, hijita!... El sendero duerme un cansancio de siglos. …¿has visto mi gancho, mamita?... Entre punas y quebradas, una choza sobrevive aún al olvido, el humo sale del techo de paja y se nota aún el brillo de los carbones en el fogón. …¡tú no tienes ganchos, hijita!... El manantial queda a unos minutos de la choza. Lucía estaba soñando con ganchos, pero ahora toma el balde, y en silencio, camina deseando los ganchos y peines que en sus sueños un apuesto hombre le ha regalado, ¡algún día me casaré con un hombre como él!, piensa.
El inmenso plato de la luna se refleja en el puquial, Lucía la contempla por largo rato, es un disco plateado en que puede ver su rostro adolescente, su mejilla tersa y sus ojos inquietos, llenos de vida y hermosura. Mete el balde y ambas figuras se difuminan con el agua que despierta al sentir el frío balde entre su vientre; así también es la vida, unas veces nítida, otras veces sombría, se dice adormilada y a punto de sucumbir en un profundo sueño que le haga aparecer nuevamente a su apuesto galán regalándole exquisitos ganchos y finos peines tallados en cuerno de toro. Está a punto de incorporarse, ahora sucede algo muy extraño...
Un muchacho rubio y de ojos azules se le aparece mientras aún está de cuclillas. Ella se asusta, es de estatura pequeña, quiere correr y no puede, intenta gritar y solo le salen quejidos ahogados, sordos sonidos que se pegan a su lengua. Su corazón comienza a retumbar como tambor de carnaval, su frente comienza a sudar gotas frías de miedo, ya no puede respirar, siente morir, suelta el balde dentro del puquial y es como si soltara parte de su realidad, el extremo insustituible de su realidad.
Ella se ha desvanecido ante la misteriosa aparición, quien ahora comienza a arrastrarla de los cabellos mientras ella grita sin gritar, se defiende sin defenderse. Es arrastrada mientras pide ayuda sin hacerlo, arrastrada mientras cree morir en esa migaja de vida o de sueño.
Es el Ichiq Ullku, ese diminuto ser que vive en los oconales y manantiales. Ese diablillo que se refugia en busca de muchachas vírgenes para procrear en ellas el fruto de sus maldades. Ahora Lucía no puede defenderse, se deja arrastrar completamente impávida por la breve pampa que termina en un barranco. Las estrellas siguen bailando, un búho emerge con su canto, ¡tu cuuu, tu cuuu, tu cuuu!; mas todo es parecido al silencio. Es evidente que el Ichiq se la lleva para que ella sea su mujer, la arrastra sin siquiera esforzarse y sus pasos suenan, ¡shill, shill, shill!, por toda la noche que ahora comienza a orquestar, ¡se la lleva, se la lleva, la virgen al infierno para que sea su mujer!, un grillo canta… ¡San Santiago, San Santiago, que salgan los padres con palos y los perros comiencen a ladrar!, las ramas de los eucales comienzan a susurrar… ¡ya está, ya se fregó, Dios la crea virgen y el diablo se la goza!, un sapo croa socarronamente…
Ahora llega al borde del barranco, hay unas matas espesas de espino… ¡si Dios por aquí te guía, es porque así lo quiere!, murmura el espino y las polleras de Lucía se atascan entre sus filudas agujas, ¡el dolor es la vida, el dolor te salvará la vida, el dolor, qué sería de la vida sin el dolor; si hasta el mismo Cristo probó de mis agujas!, y las espinas se prenden de ella y comienzan a atravesarla. El Ichiq jala y jala, solo logra que ella sea punzada aún más por las espinas. Ella siente que los cardos le atraviesan la carne de las piernas, se le incrustan en el vientre, se clavan en sus pechos, ya no aguanta tanto dolor, no puede soportarlo, ¡Virgencita de las Mercedes, sálvame!, parece gemir, ahora el dolor es un cuchillo que corta poco a poco la acerada cadena del hechizo, poco a poco, ¡Sálvame, Virgencita de la Puerta!, ¡sálvame, Madrecita querida!, hasta que por fin, el dolor termina cortando las cadenas con las cuales el Ichik la había atado maléficamente.
Ahora ella por fin puede agarrarse de los matorrales, por fin puede gritar haciendo que los perros se despierten en ladridos vehementes y las gallinas en sus jaulas comiencen a cacarear como si oyeran el anuncio del Juicio Final. El Ichik, se enoja, de sus ojos rojos parece emerger el fuego de todos los infiernos juntos, ¡carajo!, parece refunfuñar agitando su puño contra el cielo.
Sabe que ya no será posible llevársela, ahora oye voces a lo lejos, gritos que salen de la choza y que se expanden rápidamente por toda la pampa como el humo que se derrama buscando su fuego. El Ichik intenta una vez más, ¡carajo, apúrate!, Lucía se aferra a la vida y grita desesperadamente. Impotente, el Ichik la abandona sin antes dejarle una pequeña semillita en su parte íntima. ¡Ja ja ja jay lla!, se oye carcajear antes de desaparecer entre la oscuridad del barranco dejando una pestilencia luciferina que envuelve a la muchacha en una nube espesa en el que el hediondo tufo a venganza sigue danzando sobre su vientre ultrajado.
ISHKAY
¡Es el hijo del Ichiq!...
Ya han pasado los días de torcaza y con ellos las semanas cernícalo y han transcurrido también los meses de cóndor por el azul cielo de la puna; Lucía poco a poco ha engordado.
¡Es el hijo del Ichiq!, se dicen sus padres, desconsolados al saber que a su hermosa Lucía ya nadie la deseará para esposa. ¡Ni cura, ni médico pueden curarla!, ¿quién sabrá qué le pasa?, se vuelve a lamentar el padre mientras a fija su viejo machete.
Y ya sin saber a dónde acudir, la llevan ante el brujo Malanoche. ¡Dicen que tiene el hijo del Ichik en su barriga!, le explica el afligido padre. Y él, con oraciones y pasadas de cruz y hojas misteriosas, logra sacarle a la niña una culebrilla de colores muy intensos que parece un arco iris vivo. Al verlo, la madre llora, el padre escupe coca y el brujo termina de ahogarlo con sus rudos dedos mientras Lucía logra ver los últimos latigazos de cola de la culebrilla que ha salido de su parte íntima. ¡Entiérralo en el lugar más seco de la comarca, para nunca más germine su maldad; échale agua bendita a los cuatro rincones de tu casa para nunca más entre!, ¡tu hija aún no está salvada, cuídala mucho, que vaya a misa todos los domingos, que se confiese, carajo, ahora la gente ya no quiere creer en Dios!, ordena el brujo Malanoche mientras recibe las cuatro ovejas como pago a su trabajo.
- ¡Así lo haremos, taytita, así lo haremos!, se despiden.
Y así lo hicieron.
KIMSA
Desde entonces, Lucía ha cambiado muchísimo, se ha marchitado como azucena vieja y su belleza ha desaparecido como las flores en julio, está callada y como suspendida en sus sueños, …¡tu hija aún no está salvada, cuídala mucho!... las palabras de Malanoche, aún resuenan en los oídos de su angustiado padre. Sin sospechar lo que ahora le está pasando a su amada hija.
Ella lo espera ansiosamente, ¡vendrá, vendrá!, se dice mordiéndose los labios. Es un hombre flaquito y larguirucho, de cara corta, unos ojillos delgados y labios que parecen de culebra; pero Lucía no se ha fijado en ello, sino en los ganchos y peines que le ha regalado en todo ese tiempo. Sí, se trata del negociante que conoció hace un par de días.
Ahora ese hombrecillo llega, Lucía se alegra tanto que al instante se desnuda para él.
Están en la choza donde, desde hace unos días, ella duerme para vigilar a los animales, mientras sus padres duermen preocupados por ella, ignorando por completo que ahora mismo se están enredando como enloquecidos.
Ella gime y él se ha convertido en un ser extraño, pero al día siguiente, el amante desaparece, Lucía lo busca entre sus cobijos y nada, se ha ido. El hombre es bajito y su voz es más bien silbante, susurrante, pero a ella eso no le importa. Está hechizada que es lo mismo que estar enamorada.
Pasan los días, y los encuentros con el misterioso amante continúan sin levantar la más mínima sospecha. Él siempre desaparece al alba, pero en su lugar, a Lucía le deja un terrible dolor en los senos, de los cuales ya ha aparecido leche. Se sorprende del suceso, pero calla ante su madre que llora al ver a su hija cada día más flaca y horrible, ¡qué te pasa hijita, te estás envejeciendo como papa guardada, te estás marchitando como flores de arveja bajo la nevada!, la maternal voz angustiada lame el rostro de la muchacha que se aleja callando sus pecados.
Ella se mira en las aguas del manantial y no puede ver su propio rostro, ve a la Lucía hermosa y radiante de juventud y salud. Mi madre miente, se dice desconsolada al sentir que su madre le reclama injustamente; mientras siente, a su vez, el cosquilleo de su cuerpo extrañando a su amante, y al sentirlo, se muerde el labio inferior tratando de acallar una siniestra sonrisa, mira a todos los lados y suspira enamorada.
TAWA
Esta mañana, su tayta ha bajado al pueblo, a consultar con el brujo Malanoche. Han chaqchado juntos y a través de la coca y el humo del cigarro, se han enteradon de que la muchacha es la amante de una culebra y que ese animalejo le chupa la vida a través de su leche materna. …!Así es tayta, tu hija es la amante del mismo supay que la ha señalado con su hijo el Ichik, tienes que salvarla, tienes que hacerlo, de lo contrario, tu hija se irá al infierno para parir más demonios…!, y el padre de Lucía, ha llorado como becerrito desmamantado al saber la negra suerte de su hijita.
- ¡Ella no ve a una culebra, ve a un hombre!, -le explica- ¡lo tienes que matar, de lo contrario se llevará a tu hija!, le dice mientras le da una botella de agua bendita, ¡rocía con esto, un machete para que puedas cortarlo!, ¡pregunta siempre a la coca, cuándo puedes hacerlo, la mamita coca siempre estará contigo en las buenas y en las malas; rézale también a nuestro Diosito, a la Virgencita, ellos también te protegerán!...
Ahora el tayta vigila constantemente a Lucía, en la puna, en su chocita de vigilancia, pero nada, ella no se encuentra con nadie; mejor dicho, no ve a nadie entrar a la chocita. Pero pronto se da cuenta de su error. ¡Si es una culebra debe de escurrirse por el suelo!, y esta noche, su coca está más dulce que nunca, ¡mi coca dice sí, dice sí!, suspira aliviado, se acerca poco a poco, empuña el machete bien afilado, se asoma a la chocita, y allí los encuentra.
Lucía está totalmente desnuda y sobre ella, una culebra negra y gorda se retuerce mordiéndole los senos con voraz apetito mientras mete su cola a la parte íntima de la niña que se arquea sufriendo un dolor anestesiado por el hechizo diabólico.
No soportando más semejante escena, el padre hace saltar a la glotona culebra de una sola patada y una vez a orillas del lecho, levanta su afilado machete y de un solo tajo le acaba de cortar la cabeza. Lucía, al ver a su amante en ese estado, recién sale del trance y se da cuenta de todo.
El padre respira agitadamente y tiene la frente perlada de frío sudor, levanta otra vez su machete y comienza a cercenarlo con más furia todavía, pedazo a pedazo, y corta cada pedazo en otro más pequeño, hasta que la sangre que sale de la carne de la criatura se mezcla con la leche que ha bebido; pero ahora mismo ocurre algo impensado…
Los ojillos infernales de la culebra, antes de saltar con otro certero machetazo, maldicen al eufórico padre. Y el padre, con esa venda maligna en sus ojos y en su alma, ya no puede ver a su hija, ya no logra verla; sino, a una blanca culebra revoloteando entre las cobijas manchadas de sangre y leche materna.
Mira desesperado, sin razón. ¡Lucía!, ¡Lucía!, ¿dónde estás, hijita, dónde estás?... ¡Taytita, soy yo, Lucía, soy Lucía!, se oye gritar a la muchacha momentos antes de retumbar entre las quebradas, un sonido sordo, seco y fatal que la inmensa puna ha de guardar en su memoria de piedra milenaria y silente, por los siglos de los siglos…
AMÉN
MAGNOLIA
CUENTO GANADOR DE LA IV CUENTATÓN - LIMA 2007
I
… ¡Dónde se esconde ese soplón, dónde está!... Las tejas saltan de los techos como grillos colorados. El trueno nacido de la boca de un fusil repta por el aire y deshoja las flores de una vida. Se oyen gemidos, gritos de mujeres ultrajadas y de niños que se revuelcan en el piso sin entender por qué la tierra se ha vuelto tan amarga. …¡Arrástrenlo, llévenlo a la plaza!... El poncho bayo se va hilachando en el agreste camino. Lirio aún está atado al pedazo de sueño en el que se cobijaba de la noche. Reacciona al fin. Sabe que va a morir. Intenta salvarse. …¡No pues, jefecitos, no maten a mi taytita!... La gente se arremolina en la plaza. Niños, mujeres y hombres rodean el pamponcito, en medio, un hombre de rodillas baja la cabeza como esperando el machetazo letal en su nuca.
Ahora todos sienten una pequeña descarga de miedo que les recorre la columna vertebral; es la cosquilla que produce la presencia de la muerte, como una invisible mano que coge de los testículos a los hombres y los aprieta lentamente, como una mano cruel que les apretuja los senos a las mujeres. Ahora, uno de los terrucos alza su fusil. …¡Lirio, el Partido te condena a pena de muerte!... Y el llanto mudo se desata en todos los ojos hastiados de ver solo muerte. Y el grito silencioso se anuda en la garganta de los hombres que ya están cansados de dar vivas a una lucha que les quita la vida y los enfrenta con los militares. …¡Yo no soy soplón, jefecitos, los sinchis me obligaron!, …¡Calla, traidor. El Partido tiene mil ojos para ver y mil oídos para oír a los enemigos de la revolución!... unas piedras, cual cuchillos de obsidiana, se han elevado al cielo en sacra ceremonia. Al poco rato, la cabeza destrozada de Lirio lo hace sacudirse como atado a las fiebres de la terciana. Ahora, poco a poco, se va aquietando; se va enfriando. Va sintiendo la paz que todos los muertos deben sentir en los primeros instantes de la muerte, porque después, muchos lo dicen, la vida sigue igual de jodida como en este mundo que ya parece el mismito infierno.
II
…¡Perdóname, Geranio, el amor es así!...
Los cerros se elevan alrededor, con su perfume de bosque y tierra mojada. …¡Te amo, Magnolia, te amo!... El gavilán surca las nubes. Abajo, ruge el río su milenario rezo. …¡Yo también te amo, Clavelito, mi Clavelito!... El aire tiene un amargo sabor a tragedia que socava las raíces de los arbustos. ¡Desde ahora seremos marido y mujer!... de pronto, los amantes unidos por sus vergüenzas intentan desanudarse. La venganza se les acerca, sus ojos cargados de odio y rencor inundan el escondrijo con una pesadez de infierno. Tres corazones tamborean a orillas del río.
…Fui a buscarte apenas llegué a San Marcos. Te esperé a la hora de salida del colegio, para que al verme todo cambiadito, te desprendieras de tus compañeras y corrieras a abrazarme... ¿Lo recuerdas?, me decías todavía que ningún hombre habría de tocarte, que tu cuerpo y tu alma serían solo para mí…
…Sabes que no me fui porque quise. Después de que los terrucos mataron a mi tayta, mi madre se fue marchitando como flor de mayo, hasta quedarse sentada con el hilo de su vida roto de tanto sufrimiento, ¿lo recuerdas?, ni un cobre tenía para enterrar a mi mamita y hasta don Flores se negó a juntarme cuatro tablitas de aliso para el ataúd. Nadie quería ayudarme por temor a los terrucos y envuelto en unas jerguitas terminé llevándola al cementerio.
Yo te dije que volvería para llevarte a otro lugar donde no huela a muerte, donde no se pinte a desgracia; tú juraste que me esperarías. Pero para qué volví, mejor hubiera sido quedarme en Chimbote, trabajando en la pesca; mejor le hubiera hecho caso a Azucena, ¡quédate! me decía la ojitos zarcos, pero yo que no te olvidaba, nomás tiraba para el pueblo como chucho faldero, ¡ay, para qué volví!, para verte en estas trazas, revolcándote con mi rival del colegio, como si fueran casados.
Ese día que llegué, ¿lo recuerdas?, te esperé con el corazón henchido de anhelos y tú te apareciste bien abrazadita a este Clavel traidor, cara de zorro. Al verte así, me dieron ganas de trompearle al jijunagranflauta este, ¡qué tal lisura, aprovechando mi ausencia, con mi Magnolia, carajo!, diciendo; pero nada pude hacer. Me quedé atontado, sentado como un montón de pestilente excremento al que despreciaste con esa mirada altanera al pasar por mi lado, levantando la nariz como si te ofendiera mi olor, mirándome de soslayo como si te hiriera mi presencia, y alejándote un poco del camino como si te insultara con mi cariño. Ni siquiera respondiste a mi saludo; más al contrario, te arrimaste a este jijuna que te metía la mano por debajo de la blusa, aprovechando la ocasión, y hasta le besaste mientras te miraba consumido en celos.
Por eso, una de dos, Magnolia, ingrata flor, yo que volví creyendo en tus promesas de amor. Ahora que te vuelvo a encontrar con éste, a orillas del río, como antes conmigo –piernitas al aire y tetitas en mi boca-, o los empujo al agua así ensartaditos como están y los veo ahogarse mientras se desatan ante la muerte. O te vas conmigo ahora mismo y te perdono la debilidad
…
…¡Carajo, Geranio, no lo hagas, amigo, así es el amor, Geranio, así es el amor!...
III
Mar en calma y olas chascando. El cielo está nublado, una ignota gaviota grazna las plegarias del adiós. Ahora el sol es una naranja incendiada de anhelo, de vida nueva que no puede desprenderse de la sombra del pasado, de los fantasmas de un delito…
Así con el alma desengañada, Azucena, linda flor de Tres Cruces, me volví para acá, a empezar una nueva vida frente a este mar que no siente ni huele como nosotros.
…Hace meses ya, cuando escapaba en el bus de “Chavín Express”, escuché que habían encontrado los cuerpos ahogados de dos colegiales a la altura de Pumachaca; no supe si sentirme satisfecho por mi venganza o desolado por su muerte. Yo solo pensaba en ti…
Pero ahora que corremos por estos acantilados, Azucena, linda flor, quiero confesarte que no he podido olvidar a Magnolia, a pesar de tus besos y tu cuerpo que me han consolado en todo este tiempo. Ahora que los policías están por capturarnos, Azucena, qué tal si vivimos nuestro amor, como tal vez lo están haciendo Magnolia y Clavel, en el fondo del río Puchka a donde los aventé. Qué dices, Azucena, linda flor sihuasina, dame un último beso, ahora que caemos del acantilado a este mar que se incendia con el sol que muere como nosotros.
Paraíso de las magnolias, noviembre 2007